8 de septiembre de 2015

Cuadernos itálicos (XI): Milán, día 2 / Como / Niza, día 1

Al día siguiente a primera hora aterrizamos en la puerta de la agencia de viajes Zani, con quienes haremos nuestra visita guiada por la ciudad. Hay visitas en varios idiomas, incluido el español, pero el día que nosotros vamos a estar en Milán toca en inglés; en cualquier caso nuestro guía habla muy claro y muy pausado, así que no tenemos ningún problema por seguir sus explicaciones. Una vez que estamos todos subidos en el autocar, y después de haber comprobado que los auriculares funcionan correctamente, nos ponemos en marcha.

Teatro della Scala.
Nuestra primera parada es la Scala, considerada por algunos el teatro de la ópera más famoso del mundo. Aún no ha empezado la temporada de ópera así que no tenemos ocasión de asistir a ningún espectáculo, pero sí nos asomamos a uno de los palcos para ver el escenario, que con la última remodelación lo ha convertido en el más grande de Europa. Lo que también tenemos ocasión de ver es el museo, que se encuentra en el mismo edificio del teatro y tiene dos plantas: en la planta baja vemos una completísima colección de objetos relacionados con la ópera, ordenados cronológicamente, y que incluye desde carteles originales de los estrenos de algunas óperas hasta el molde de la máscara funeraria de Verdi, que no es apta para escrupulosos porque conserva incluso algunos pelillos. También contemplamos diversas pinturas, objetos de vestuario y escenografía, partituras originales, instrumentos musicales... Y ya en la planta superior, nos encontramos un vestíbulo muy amplio, decorado con enormes lámparas de araña y varias esculturas de compositores famosos.

Nuestra siguiente parada es la galleria Vittorio Emanuelle, que está en un enclave de lo más privilegiado: entre la catedral y el teatro della Scala. Yo pensaba que esta galería era un centro comercial pijo sin más; sin embargo no hay nada como hacer las visitas con un guía que te cuente cosas que no encuentras en ningún otro sitio, por más que investigues y busques cosillas por internet o en los libros. Y es que la galleria Vittorio Emanuelle no es solo un centro comercial, sino que aparte de sus tiendas de marcas pijísimas tiene otras cosas que a mí me resultaron mucho más interesantes. Por ejemplo, su ubicación no es para nada casual; de hecho, si te colocas justo en el punto en el que se cruzan los dos pasillos de la galería, dejando la catedral a tus espaldas, verás que hay una línea recta que une la catedral, el pasillo, la estatua de Leonardo (que tiene la mirada fija en el teatro) y el teatro della Scala.

Galleria Vittorio Emanuelle.
La galería desde luego es una pasada aunque sólo vayas a verla, sin intención de comprar nada. Está construida en hierro y cristal, lo que hace que tenga muchísima luz, y tiene una bóveda enorme y planta en forma de crucifijo. En el punto en el que se cruzan los dos pasillos, hay cuatro pinturas en la zona más alta de las paredes, una en cada esquina. Cada una representa uno de los cuatro continentes (falta Oceanía). También en este punto vemos, en el suelo, cuatro mosaicos con los escudos de varias ciudades italianas: Roma con la loba, Florencia con una azucena, Turín con un toro y Milán con la cruz roja. En el centro está el escudo heráldico de la familia Saboya, con una cruz blanca sobre fondo rojo. Como curiosidad, los milaneses dicen que trae buena suerte girar sobre uno mismo a la vez que con el tacón se pisan los testículos del toro que está representado en el escudo de Turín. No sé si realmente traerá buena suerte o no, pero la gente se lo debe de tomar al pie de la letra y de hecho el pobre toro ya no tiene ni testículos, porque han debido de taconearlo ya tantas veces que hay un agujero en el suelo, en el lugar donde deberían estar sus huevecillos.

Catedral.
El día anterior hemos subido a los tejados de la catedral, y ahora con nuestro guía la visitamos también por dentro. El exterior es impresionante, construido en mármol teñido de un ligero color rosa; y las puertas de bronce de su fachada principal conservan todavía las señales de las bombas que cayeron en sus proximidades durante la Segunda Guerra Mundial.

Quizá lo más llamativo de la catedral son sus frescos y sus vidrieras, que ascienden a 146, repartidas por todo el edificio. El techo parece que está formado por columnas talladas, pero en realidad se trata de un trampantojo. Otra cosa también destacada, sobre el altar mayor, es un clavo que supuestamente se utilizó para clavar a la cruz la mano derecha de Jesucristo; junto al altar se encuentra la cripta de San Carlos Borromeo, que exhibe los restos del santo en una urna de cristal. En uno de los laterales hay una escultura bastante curiosa; se trata de la obra San Bartolomé desollado, de Marco d'Agrate. La estatua es en realidad un estudio anatómico del cuerpo humano: se muestra al santo completamente descarnado, con la piel colgando en el hombro, y se pueden apreciar con todo detalle los músculos y tendones de su cuerpo.

Más curiosidades: hay una línea metálica que cruza la catedral de norte a sur; a lo largo de esta línea se colocaron 12 paneles que representan los signos del zodiaco. Las marcas no se colocaron aleatoriamente, sino que se basaron en los rayos de sol que entraban por uno de los orificios de la bóveda. Así, según la inclinación de los rayos podemos saber cuál es el día exacto y también el signo que corresponde a ese día.

Castello Sforzesco.
Tras visitar la catedral pasamos con el autobús por el famoso Quadrilatero d'Oro y su no menos famosa via Manzoni, la zona de compras por excelencia en Milán; después llegamos hasta la piazza del Castello, lugar en el que se encuentra situado el castello Sforzesco, que fue la fortaleza originaria de la familia Visconti y posteriormente pasó a manos de los Sforza, que gobernaron Milán durante el Renacimiento. Lo primero que vemos al llegar allí es su imponente fachada con cuatro torres; pero después de eso, a mí se me van los ojos directamente a un montón de gatos, de todos los colores, tamaños y edades, que hay junto a la entrada, en el foso. Tienen pinta de ser medio salvajes, así que me llama mucho la atención verlos correr hacia el muro en cuanto aparece por allí una señora con un montón de bolsas de comida. De repente se juntan cerca de cuarenta gatos, sin exagerar. La señora coge una llave, abre la verja y baja hasta el foso para ponerles la comida. Y nos enteramos de que es la única persona en Milán que está autorizada para bajar al foso; es miembro de la Asociación de Amigos de los Gatos del Castillo y únicamente ella puede acceder al foso y alimentar a los gatines.

El interior del castillo alberga en la actualidad diez museos diferentes, entre los que destacan el Museo d'Arte Antica, en el cual podemos ver la famosa Pietá Rondanini de Miguel Ángel, inacabada; la Pinacoteca e Raccolte d'Arte, el Museo della Preistoria o el Museo degli Strumenti Musicali. Por último, en la parte trasera de la fortaleza está el Parco Sempione, con más de 47 hectáreas.

Santa Maria delle Grazie.
Nuestra última parada es la chiesa di Santa Maria delle Grazie, una iglesia que empezó a construirse en el siglo XV y que es especialmente conocida por la joya que alberga en su interior: el famoso fresco La última cena de Leonardo Da Vinci. Uno de los motivos que más nos había animado a contratar la visita con Zani Viaggi era precisamente el de tener la posibilidad de admirar esta obra, que está de lo más solicitada y para poder verla hay que reservar con bastante antelación.

Una vez dentro de la iglesia nos dividimos en dos grupos, porque el acceso está permitido únicamente a 20 personas cada vez; además, sólo te dejan estar en el refectorio (donde Leonardo pintó la obra) un tiempo máximo de 15 minutos, y está terminantemente prohibido hacer fotos. El guía nos da la entrada a cada uno, y cuando nos toca entrar tenemos que atravesar varias puertas de cristal que se abren y cierran automáticamente; más o menos como las de los bancos. Había estudiado esta obra en Historia del Arte, pero no sabía exactamente cuáles eran sus dimensiones exactas; y cuando entramos en el refectorio y la veo, me quedo alucinada. Ocupa toda una pared y mide algo más de 4 metros de alto por casi 9 de ancho. Este falso fresco se encontraba en un estado bastante malo tras sufrir varios siglos de deterioro, y la pena es que uno de los culpables fue el mismo Leonardo, ya que su amor por los experimentos lo llevó a pintar esta obra no con temple, que es la técnica habitual utlizada para los frescos, sino con una mezcla de óleo y témpera; de ahí que no se considere un fresco como tal, y también que su deterioro comenzara pocos meses después de que el artista lo finalizara. Para remate, los monjes tampoco fueron muy cuidadosos cuando tuvieron que elevar el suelo del refectorio y cortaron sin más la parte inferior de la pintura; y los restauradores en el siglo XIX no se esmeraron demasiado, ya que sus métodos incluían el alcohol y el algodón, con los que eliminaron por completo una capa de pintura. A todo esto se le suma que casi fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial. Así que, tras nada menos que 22 años de tareas de restauración, aproximadamente el ochenta por ciento del color original se ha perdido.

Como.
Y hasta aquí nuestro paseo por Milán, que me ha sorprendido muy gratamente. Ya se ha hecho un poco tarde para la hora de la comida pero igualmente nos ponemos en camino hacia Como, donde hemos previsto hacer una parada breve para hacer picnic a orillas del lago y pasear un poco por aquella zona. A última hora nos espera el hotel Acanthe en Niza, que será nuestro último destino de este viaje. Llegamos allí ya casi de noche y después de registrarnos y dejar los trastos en la habitación, nos da tiempo solo a dar una vuelta por el famoso promenade des Anglais, el paseo marítimo de la ciudad, que está a dos pasos de nuestro hotel.

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