3 de septiembre de 2015

Cuadernos itálicos (X): Venecia, día 3 / Milán, día 1

Vistas desde el campanile.
Por la mañana, antes de salir rumbo a Milán, nos acercamos de nuevo a San Marco para ver la última cosa que nos ha quedado pendiente: el campanile. Está justo enfrente de la basílica, y desde él hay unas vistas espectaculares de toda la ciudad, el laberinto de calles y el gran canal; y cuando digo toda la ciudad es toda, porque podemos asomarnos a los ventanales del campanile en cualquiera de sus cuatro lados.

Es una maravilla haber podido pasear por Venecia, la ciudad italiana que más me apetecía conocer y que, a pesar de lo que me habían dicho, no me ha defraudado en absoluto. Tenían razón aquellos que afirmaban que no merece la pena utilizar un mapa para moverse por la ciudad; y es que creo que la mejor sensación veneciana que me llevo es precisamente la de caminar sin rumbo por el entramado de calles, callejones y canales: llegas a una calle que de repente se bifurca, y no sabes si continuar por la derecha o por la izquierda; continúas al azar y sales a una plaza en la que confluyen un montón de callejuelas; eliges una cualquiera y de repente apareces en un puente; cruzas un canal por ese puente, giras por otra calle y encuentras una librería con primeras ediciones de libros famosos; o ves un poco más adelante una tienda con máscaras y disfraces de carnaval (de esto hay para aburrir en toda la ciudad); o llegas a una de artículos de regalo, que principalmente suelen ser cosas hechas con cristal de Murano; ves otra con todo tipo de objetos con el logotipo de Vespa; una papelería con infinidad de artículos de escritorio, cuyos escaparates me podría pasar horas y horas mirando... O incluso un Hard Rock Cafe ahí medio escondido, o una casa con una placa conmemorativa en la que te cuentan que el mismísimo Mozart se alojó allí durante las celebraciones del carnaval veneciano del año 1771. Sin duda, volveré para seguir descubriendo nuevos rincones.

Piazza San Marco, basílica y campanile.
Después de despedirnos de Venecia, nos ponemos en marcha para llegar a Milán, ciudad en la que hemos reservado una noche en el hotel Des Etrangers, que resulta ser todo un acierto. Hacemos un pequeño alto en el camino para comer, y llegamos a Milán a primera hora de la tarde. Como estamos un poco cansados, decidimos echarnos una siesta y después ir a dar una vuelta por la ciudad a nuestro aire. Y es que como nos habían dicho que en esta ciudad no hay excesivas cosas que ver, hemos contratado por internet, antes del viaje, una ruta guiada que nos ocupará parte del día siguiente; y esta tarde lo que hacemos es visitar por nuestra cuenta cosas que se supone que no vamos a ver con la opción guiada.

Subida a los tejados de la catedral.
Cerca del hotel hay una parada con varias líneas de autobús que nos llevan hasta el centro, así que cogemos uno que nos deja a la entrada del castillo Sforzesco, y desde allí vamos caminando un poco hasta llegar a la catedral. La visita a este edificio está incluida en nuestra ruta del día siguiente, pero no la subida a los tejados, y por eso decidimos hacerla hoy. La sensación al ver la catedral, que ya se vislumbra desde la calle por la que venimos andando desde el autobús, es emocionante. Y es que es un edificio tan bonito y tan espectacular que a mí me deja sin palabras...

El acceso al tejado se hace desde el exterior; si rodeamos la catedral por su lado izquierdo, nos encontramos directamente con la taquilla. Se puede subir andando o en ascensor, pero cuando entramos no vemos por ningún sitio escaleras de acceso, así que como en la taquilla nos señalan el ascensor, subimos en él. Casi mejor, porque yo aún tengo en la cabeza la subida al campanile de la catedral de Florencia y me dan los sudores fríos; aunque en el caso de Milán, solo son 165 escalones. Desde el sitio en el que te deja el ascensor tienes que subir andando un poco más hasta el tejado. No hay ninguna indicación, así que puedes ir más o menos a tu aire hasta llegar arriba; de todas formas hay sitios que están cerrados con una verja metálica, así que no hay pérdida.

Es una sensación de lo más raro, como ir paseando por un bosque pero que en lugar de árboles tiene chapiteles, estatuas y pináculos. Dicen que si el día está muy despejado se puede ver incluso Suiza, pero nosotros no tenemos esa suerte (o bien no sabemos exactamente dónde está Suiza). Una vez en lo más alto, caminamos sobre el tejado a dos aguas. Y también contemplamos la escultura de cobre dorado de la Madonnina, la virgen protectora de la ciudad; la escultura llama tanto la atención que casi hace que te pase desapercibido el detalle de que esta catedral no tiene campanario. Y por supuesto, ni hace falta decir que las vistas desde aquí son espectaculares, independientemente de que hayamos sido capaces o no de localizar Suiza.

Galleria Vittorio Emanuelle.
Después le damos un vistazo rápido a la galleria Vittorio Emanuelle, aunque la cosa es un poco fugaz porque también estña incluida en la visita guiada del día siguiente, así que lo que hacemos para rematar este día es recorrernos andando los 4 kilómetros que nos separan del hotel, y por el camino paramos a tomar algo en una terracita; que por cierto es una pena que no me acuerde del sitio exacto que es, porque nos tratan fenomenal y el piscolabis sale baratísimo (cosa rara, porque ya íbamos advertidos de que Milán es el colmo en cuanto a precios caros).

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